Gerardo González
nació en Sotoserrano
el 13 de Octubre de
1888 y
falleció en Buenos
Aires en 1989, con
101 años.
A los 10 años quedó
huérfano debido a la
enfermedad que su
padre había
contraído en la
guerra de Cuba,
motivo que le obligó
a abandonar la
escuela y dedicarse
con sus hermanos a
las tareas
agrícolas. Como el
campo en aquella
época no daba ni
para comer, decidió
en 1908
marchar a
Argentina.
Pasaron los años y
en 1922 Gerardo, su
hermano Domingo y un
grupo de salmantinos
idean y dan vida al
Centro de
Salamanca en Buenos
Aires, un lugar
de encuentro que
servirá para
reunirse y preservar
una cultura
tradicional lejana.
Allí vivió y aunque
la vida fue dura,
tuvo la suerte de
casarse con una
guapa serrana de
Herguijuela de la
Sierra, siendo un
matrimonio
inseparable hasta
los últimos días,
ejemplo de
convivencia y amor
por los demás. La
vida de ella fue
también longeva, ya
que murió con 98
años y solo un año
después que su
marido.
Gerardo trabajó en
numerosas tareas y
durante 33 años lo
hizo en una escuela
de la capital
bonaerense. Aunque
no completó la
escuela primaria,
nunca dejó de leer y
escribir y no cesó
de plasmar en el
papel sus
sentimientos.
Fue un gran poeta
y escribió temas
memorables:
Salamanca tierra mía,
Chulona,
Valencia de
mis amores…
Por sus facultades
creativas fue
cofundador de la
Sociedad de Autores
y Compositores de la
República Argentina.
Sin duda, la más
ilustre de sus
letras sería
Charra de Salamanca,
con música del
maestro Ramón
Zarzoso, grabada en
los años 50 por la
cantante argentina
Lolita Torres (madre
del hoy famoso Diego
Torres), quien la
divulgó con enorme
éxito en
Hispanoamérica y
otras muchas partes
del mundo.
En España, la
canción se hizo
famosísima;
especialmente en
Salamanca, donde
llegó grabada por el
grupo vasco Los Xey,
bajo el título de
Los Ojos de mi
Charra. Durante años
sería una de esas
canciones
predilectas de los
discos solicitados
que sonaban en la
radio, destinada
entonces a unir los
sentimientos de los
que trabajaban en
tierras extrañas.
Nunca una canción
dedicada a un lugar
tan especial nació
tan lejos de él, y
todo fruto del
anhelo y la
nostalgia que su
creador sentía por
su tierra madre.
Hoy Gerardo González
vive en la memoria
de todo el pueblo de
Sotoserrano.
Suya es esta
preciosa frase dicha
en Sotoserrano:
Como hijo
predilecto del
pueblo que tanto
amo, desde ya soy
para todos, abuelo,
padre y hermano.
Algunos de sus
libros de poesías,
versos y relatos son
Álbum de
Ofrendas y
Reflejos del
Alba
impresos en Buenos
Aires en 1969 y
1970. En ellos
comenta el autor que
se trata de modestas
composiciones que no
están inspiradas
sobre lo infinito o
fantástico y sí en
el trajín de la vida
diaria, que todos en
mayor o menor escala
palpamos; sigue
diciendo que solo se
ha inspirado en las
alegrías y tristezas
experimentadas en el
ambiente en que
vivimos.
No
hallarás
aquí
lector
ni
cadencia
ni
medida
pero
podrás
constatar
cosas
que al
decir
verdad
son
jirones
de la
vida. |
En estos libros,
Gerardo González
escribió muchos
poemas. Algunos de
ellos dedicados a su
mujer, a su madre, a
su hermana, a sus
hijos Fermín y Julio
y a sus nietos María
Alejandra González
Romero y Sergio
González Mora.
También a sus amigos
de la infancia Cleto
Sánchez y Elías
Alonso, naturales de
Sotoserrano.
Otros estuvieron
dedicados a poetas
como José María
Gabriel y Galán,
Bretón, Miguel de
Unamuno, entre
otros. Otros muchos
se los dedicó a los
Charros del Centro
de Salamanca en
Buenos Aires, a la
Madre España,
Cantando a
Salamanca,.. Aunque
decir, que muchos de
sus poemas los
dedicó al pueblo que
lo vio nacer y que
con tanto anhelo y
añoranza lo llevó
siempre dentro de
él.
Algunos de los
versos dedicados a
su querido y amado
Sotoserrano:
Cuántas
delicias
encierras
pueblo
en donde
yo nací
aunque
estoy en
las
Américas
nunca me
olvido
de ti.
¡Pueblito
de mis
amores!
…
el de
las
casas
bajitas,
el de
tejas
coloradas,
el de
estrechas
callejitas.
¡Casita
y pueblo
querido!...
¡venerada
serranía!
fuentecitas
y
regatos
donde de
bruces
bebía.
¿Cómo
voy a
olvidar
yo
la tan
frondosa
arboleda
y la
sosegada
siesta
debajo
de la
morera?
¡Ay!,
cuanto
me
acuerdo
siempre
de
aquella
frondosa
higuera,
que de
joven yo
planté
al
entrar
la
primavera
¡Ay!,
cuanto
me
acuerdo
yo
de
aquella
dulce
rondeña,
que le
cantaba
de mozo
a las
mocitas
soteñas.
¡Tiempos
de color
de rosa
que
nunca
más
volverán!
¡al
pasar
por mi
memoria
casi me
pongo a
llorar!
Ya se
fueron
para mí
Las
delicias,
los
placeres,
El
perfume
de las
flores,
La
alegría
de
vivir…
Pero
aunque
lejos,
muy
lejos,
siempre
va
dentro
mi pecho
la
añoranza
y el
reflejo
del
solar
donde
nací. |
¡Soto
por mí
tan
querido!
¡rinconcito
de mis
sueños!
aún con
mi vista
cansada
desde la
Ciudad
del
Plata
muy
clarito
te estoy
viendo.
Veo las
suertes,
los
molinos,
el
espolón,
Vega
Francia,
los dos
puentes
junto al
río
y al
lado las
arceladas.
Veo el
arroyo
merdero
huertas
del
pino, la
plaza,
olivares
y
viñedos
en los
peláes y
ñardara.
El
antiguo
Humilladero
muy
cerquita
de mi
casa;
veo el
montito,
veo las
heras,
césped
donde yo
jugaba.
Veo en
solemne
procesión
con
repique
de
campanas,
pasear a
San
Ramón
desde la
Iglesia
a la
plaza.
¡Qué
delicia
es
recordar
A
nuestro
Sotoserrano!
¡Nunca
se puede
olvidar
Lo que
en el
pecho
llevamos.
Dejo
escritas
muchas
letras,
varias
de ellas
incluidas
en
películas
y
placas;
le he
cantado
a la
Argentina,
a las
regiones
de
España,
y aquel
Soto tan
querido
rincón
de mi
Salamanca.
|
|